¿Demoler la memoria? El Atahualpa y la arquitectura como campo de disputa
- FAU-NO editores

- 27 jul
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Por: Verónica Rosero, autora del libro Demolición: el agujero negro de la modernidad, Editorial Diseño (España)/Nobuko (Argentina), 2017, publicación homónima de la tesis doctoral de la autora.

Pareciera que la demolición de cualquier edificio podría argumentarse entre gustos, juicios y prejuicios. Lejos de ser decisiones meramente técnicas, las demoliciones arquitectónicas revelan los conflictos ideológicos, políticos, económicos y simbólicos de la ciudad contemporánea. El caso del Estadio Olímpico Atahualpa —construido en 1951 y recientemente amenazado por propuestas de demolición— condensa tensiones entre intereses inmobiliarios, memoria colectiva y valores modernos. Para evitar caer en lugares comunes, quiero abordar, desde una perspectiva argumentativa e histórica, no el proyecto per se, sino la práctica de demolición como fenómeno estructural de la modernidad. A partir de la investigación desarrollada en Demolición: el agujero negro de la modernidad, propongo una lectura crítica contra la desaparición del Atahualpa.
La demolición no es neutral: es una práctica de recetario.
La demolición de edificios icónicos no suele responder únicamente a criterios técnicos. En contextos urbanos consolidados y de alta plusvalía, estas decisiones reproducen patrones predecibles, disfrazados de eficiencia. En el caso del Atahualpa, se ha argumentado que la falta de mantenimiento justifica su reemplazo por un estadio “moderno y rentable”. Sin embargo, otras voces —arquitectónicas y ciudadanas— proponen su reestructuración como una alternativa más sensata y comprometida con la memoria urbana.
El Estadio Atahualpa cumple una función de memoria urbana y colectiva. Demolerlo implicaría borrar físicamente su historia deportiva, social y arquitectónica. La percepción de que funcionalmente está “obsoleto” no justifica automáticamente su eliminación. Invocar su demolición por la “ineficacia estructural” reproduce una narrativa tecnocrática cuestionable: valorar lo moderno solo por su uso inmediato y desecharlo sin reflexión. Por supuesto que necesita una actualización estructural, como cualquier edificio que no haya sido construido bajo la normativa actual. A continuación desarrollo algunos argumentos sobre por qué debe mantenerse en pie.
Reconocimiento patrimonial simbólico: la conservación como archivo urbano.
El Atahualpa no es solo infraestructura: encarna hitos tangibles e intangibles. Su aparente obsolescencia no invalida su relevancia. La modernidad, como todo proyecto histórico, necesita ser reinterpretada, no descartada. Este estadio, pese a su desgaste, sigue cumpliendo funciones de evocación y pertenencia. El deterioro no es un defecto de origen, sino síntoma de abandono institucional.
Aunque no cuente con protección patrimonial oficial, constituye un hito simbólico profundamente arraigado en el tejido urbano y social de Quito (incluso del Ecuador). Su presencia forma parte de un sistema urbano mayor —el Plan Regulador originario de la ciudad moderna— que articuló el estadio con el Parque La Carolina y el hipercentro. Demolerlo implicaría eliminar uno de los pocos elementos capaces de convocar una identidad común en una ciudad profundamente fragmentada incluso por el mismo Plan antes mencionado.
Rechazo a la lógica del “vaciamiento moderno”: el agujero negro urbano.
La demolición reproduce la lógica de lo que en mi investigación denominé el fenómeno del “agujero negro”: eliminar sin considerar el valor acumulado del edificio como memoria física. La destrucción indiscriminada de infraestructuras icónicas arrasa con estructuras modernas establecidas que generalmente forman parte de una planificación macro, genera vacíos urbanos y suele hacerse sin una reflexión profunda sobre el legado moderno o su capital simbólico. Ya sea por falta de inversión o como resultado de disputas legales o políticas, estos espacios quedan sin uso durante largos períodos, hasta que el tiempo y las aguas crean una nueva cortina de humo sobre el vacío.
Contra los prejuicios: lo moderno no es igual a desechable.
¿Ha llegado este proyecto al final de su vida útil? La respuesta es contundente: no. Su valor reside en la claridad espacial, la racionalidad constructiva y su capacidad de adaptación. Muchas decisiones de destruir arquitectura moderna se sustentan en prejuicios estéticos o ideológicos (que velan intereses inmobiliarios) asumiendo que lo antiguo o deteriorado debe ser borrado sin posibilidad de recuperación.
Existen experiencias ejemplares como las de los ganadores del Pritzker 2021, Anne Lacaton & Jean-Philippe Vassal, que han logrado revertir el deterioro y el prejuicio sobre infraestructuras de mediados del siglo XX mediante soluciones que aprovechan el potencial espacial de la modernidad. Han propuesto mejoras en distribución, estructura, funcionamiento técnico y respuesta medioambiental, a la vez que han demostrado que, incluso en países donde la mano de obra es mucho más cara que en América Latina, la recuperación es, con gran diferencia, una alternativa más rentable a nivel económico y más responsable a nivel social y medioambiental.
Concurso de intervención y modelos de inversión: convocatorias abiertas y públicas.
Desde instancias gubernamentales, en alianza con el gremio de la arquitectura, es fundamental convocar un concurso transparente y abierto de diseño con enfoque patrimonial moderno. La intervención sobre esta estructura de 1951 debe considerar criterios de conservación y memoria además de su habitabilidad.
Asimismo, es necesaria una revisión crítica de los modelos de inversión. Se ha insistido en esquemas público-privados, bajo el argumento de que ni el Estado ni el Municipio pueden afrontar el gasto. Pero esto conlleva el riesgo de que los intereses privados dominen las decisiones, desplazando el carácter público, inclusivo y colectivo del estadio. Si la propuesta de demolición responde a lógicas del mercado inmobiliario, disfrazadas de “técnicas”, el modelo de inversión también puede reproducir esas mismas lógicas. Es fundamental posicionarse por una intervención crítica y fundamentalmente pública, que recupere su potencial simbólico y urbano sin borrar físicamente una pieza clave de la modernidad ecuatoriana.
La intervención sobre el estadio puede estructurarse bajo un esquema de alianza público-privada que genere retornos financieros sostenibles para ambas partes. Sin embargo, este modelo de inversión no implica, ni justifica, un cambio de uso del suelo ni la pérdida de su carácter público. La participación del capital privado puede traducirse en una rentabilidad legítima sobre la operación o gestión del bien, pero bajo marcos contractuales que preserven su uso colectivo. En este tipo de operaciones, la rectoría sobre el bien permanece en manos del Municipio, que como entidad pública garantice la permanencia de su condición de bien de dominio y uso público.
Recuperar, no borrar: una estrategia urbana y ética.
Demoler el Atahualpa no es una decisión meramente técnica, es una posición política y ética más allá de partidismos. Optar por su conservación implica una apuesta por una ciudad más consciente de su historia y más responsable con sus recursos. La modernización no exige tabula rasa, sino inteligencia proyectual. Intervenir sobre lo existente —preservando su carácter y adaptándolo a nuevas demandas— es una forma concreta de sostenibilidad, tanto ambiental como cultural.
Es necesario planificar una intervención gradual que preserve el carácter del estadio y modernice sus servicios —infraestructura técnica, seguridad, butacas, accesibilidad, etc.— aprovechando el diseño original. En términos urbanos, está intervención supondría potenciar este equipamiento como remate de la Av. Naciones Unidas que apuesta por la ciudad consolidada por encima de la dispersión, aprovechando las ventajas de transporte público en el hipercentro.
La demolición del Estadio Olímpico sería una decisión irresponsable. Recuperar el Atahualpa implica menos demolición (en una ciudad que ya genera exceso de basura y escombros), combinando diseño con enfoques inteligentes que consideren las implicaciones económicas, medioambientales, socioculturales y urbano arquitectónicas.
Conservar el estadio no es una mirada nostálgica hacia el pasado, sino una actitud crítica y sostenible hacia el futuro. El Atahualpa tiene defectos, pero su claridad formal y espacial es superior a mucha de la arquitectura mediocre que hoy redefine nuestras ciudades en su carrera por lo nuevo. Las demoliciones indiscriminadas convierten lo moderno en “basura universal insignificante”, en residuos sin memoria. Defender el Estadio Olímpico Atahualpa es defender la capacidad de la ciudad para recordar, y con ello, su derecho a imaginar.


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